Última actualización: 2024-07-02

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Una “selfie” en el fin del mundo / enero 6

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  • 02/07/2024 - 08:28
    Una “selfie” en el fin del mundo / enero 6

    Llevamos cuatro días sin internet, y para muchas personas es como si lleváramos cuarenta. Estábamos cobijados por un sistema, que dejó de ser efectivo, y no comenzaremos a usar el satelital sino hasta después de Punta Arenas, a donde llegamos el  7. Mientras estemos en ese puerto acudiremos a los cafés internet. Pero una vez zarpemos, el 10 de enero (y hasta el 14 de febrero, cuando estemos nuevamente en Punta Arenas), estaremos comunicándonos con más restricciones. Eso significa limitarnos a los textos de los correos electrónicos, y mandar una que otra fotografía para los medios.

    Qué cambio tan radical ha significado el Internet en la exploración polar. Acostumbrados como estamos a su inmediatez y constante presencia, no toleramos el aislamiento de nuestras familias por más de un par de días, y para algunos eso ya es un sacrificio. Pero hace cien años, las cartas se escribían pacientemente desde un camarote, una estación de investigaciones, o una solitaria carpa en medio de la planicie polar.  Se acumulaban en bolsas de correo, y se enviaban, todas al tiempo, con el primer buque o desde el primer puerto posibles. A veces pienso que esa dificultad multiplicaba el valor de cada palabra escrita, como si fuera un pequeño brillante. No tener internet por unos cuantos días es molesto al principio, pero también nos obliga a no tomar las cosas, o las familias, por sentado.

    En parte eso, en parte los 25 días transcurridos desde que zarpamos de Cartagena, y en parte la enorme distancia recorrida, son la causa de que algunos anden cabizbajos aquí y allá. Hay gente aquí con bebés recién nacidos. O bebés de 8 meses. O relaciones que acaban de comenzar –o de terminar. Pero la gente se reúne y sonríe, echa chistes y se cuenta la vida.

    Orcas y horcas

    Esta tarde alguien gritó “Orcas por el costado de babor”, y todo el mundo salió desbandado a mirar. Entonces el marinero salió al alerón del puente de mando con una soga amarilla en forma de horca. No sé dónde estaría Colombia sin ese maravilloso sentido del humor. Al anochecer oigo a los marinos desde mi camarote haciendo planes para la franquicia de dos días en Punta Arenas.

    Otros no tienen mucho tiempo de planes. Por ejemplo, el grupo de los científicos. Si hasta hora la han llevado suave, los oceanógrafos y biólogos de las varias organizaciones comienzan arremangarse la camisa. La mayoría de ellos se sentó ayer en el camarote del Capitán de Navío Ricardo Molares, director científico de la expedición.  Inclinados sobe un mapa del Estrecho de Gerlache, su zona de operaciones en la Península Antártica, determinaron la logística detallada del trabajo de toma de datos y recogimiento de muestras, núcleos de arena y piedras, y el uso de las redes de plancton. Una vez en la Antártida, comenzarán sus pesados turnos de 8 horas metiendo y sacando equipos al agua en 20 puntos a lo largo del Estrecho de Gerlache.

    Del otro lado de la claraboya del camarote de Molares hay un día lluvioso y de mucho viento. El agua es calmada porque hace unos días entramos en los famosos canales patagónicos, donde se comienza a fracturar la costa sur de Suramérica en mil islas.  Del Canal Chacao, en el golfo Ancud, navegamos hacia el Canal Desertores; de ahí salimos al Golfo de Corcovado, y entramos al Canal Moraleda. Medio día después, entrábamos en el Canal Darwin, hasta el Canal Pulluche, que tiene una salida oceánica, y que va a dar al famoso Golfo de Penas, un movido salón de baile que yo bauticé como “un Drake en miniatura”.

    Para las 7 de la mañana siguiente entrábamos en el Canal Messier, y la Angostura Inglesa, un estrecho paso de menos de 30 metros de anchura, nos recibió a las 3. Después vinieron el Paso del Indio, el Canal Escape, el Paso del Abismo, la estrecha Angostura Guía, el Canal Sarmiento, el Paso Shoal, y finalmente el Estrecho de Magallanes.

    Todo a nuestro alrededor, el basalto desnudo de lo que hace millones de años fuera el lecho marino, muestra líquenes y arbustos primitivos. Los fiordos en algunos puntos parecen querer besarse justo frente a la proa. Nuestros dos afables capitanes chilenos saben hilar estas sinuosas aguas, profundas y a la vez traicioneras, marcando los virajes con la cautela de un gato caminando entre porcelanas. El buque responde a sus comandos con dos pitos para el viraje a babor, un pito para estribor, y en un momento dado bajamos la lancha cubierta Defender para tomarnos fotos a nosotros mismos –una “selfie” en el fin del mundo.

     

    No importa cuán gris esté el cielo–o quizás por esa razón- el estrecho de Magallanes es un caso de la Naturaleza imitando el arte. Este es uno de los cuerpos de agua mejor explorados del mundo, y siento su historia llamarme a medida que crecen las latitudes. La constante tentación de estar en el puente, o sobre popa amenaza con entrometerse en mis horas de escritura. 

    Autor del Blog
    Angela Posada-Swafford* *Corresponsal de DIMAR y la Armada en la I Expedición Antártica Colombiana

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