El primer contacto con la Antártida
Foto: Sargento Segundo Ervin Maldonado/Armada Nacional.

Enero 14. Parado frente a la consola de babor del puente de mando a las 6:58 de la mañana, el Suboficial Primero Néstor Antonio, Pinedo, ensaya en silencio lo que ha escrito en su block de notas. Es el momento de despertar al personal, y para este cartagenero que siente pasión por su trabajo, el simple hecho de leer el ‘alzarriba’ es algo que hay que tomar a pecho. Tanto, que él no solo se esmera en buscar las mejores frases, sino que las entona y las ensaya para calibrar su efecto dramático. En otras palabras, Pinedo es todo un artista de la dicción. Y como hoy es la primera amanecida en la Antártida, hay que esmerarse aún más.

 “No vemos las cosas como son, sino como somos nosotros. Confucio”, lee con voz solemne después de mencionar la posición del buque, la temperatura externa y el punto más cercano de tierra firme, en la Península de Fildes, de la Isla Rey Jorge. Todos los saludos matutinos terminan con una frase, y Pinedo tenía ésta guardada en su celular para el momento especial. Le pregunto qué hay en esas palabras, y me contesta que las ve apropiadas para que, en vez de ver hacia adentro de nosotros, nos abramos a la belleza de esta Antártida tan nueva para todos sus compañeros. 

Cuánta razón tiene. No bien yo salgo a popa, bajo la cubierta del helipuerto, me golpea la brutalidad de este paisaje bajo un cielo opaco. Un monolito de roca casi negra y lleno de vetas sutiles me da la bienvenida a la terra australis. Está aparentemente muy cerca, pero es más una ilusión óptica por la claridad del aire aquí abajo. Cuando me repongo y miro alrededor, veo la costa brumosa de la Bahía Fildes. Tiene unas colinas no muy altas y sus laderas están punteadas con algunas construcciones de metal corrugado. Algunas son anaranjadas, otras azules con blanco, otras rojas, y otras más, grises.

Son las estaciones de varios países. La más grande es Frei, una base militar que es el centro nervioso de las operaciones antárticas chilenas. Está compuesta de varios edificios que parecen contenedores gigantes.  Inmediatamente a su lado está Escudero, la estación de investigaciones del Instituto Antártico Chileno, INACH. A la derecha, apartada por una colina, está Great Wall, de la China. A la izquierda, la rusa Bellingshausen, y más allá, la uruguaya Artigas. Del otro lado de la isla está la base de la Fuerza Aérea chilena, Marsh, con una buena pista de aterrizaje, que no podemos ver desde aquí.

Celulares en el fin del mundo

En un momento dado volteo a mirar y veo a una docena de personas con el teléfono celular en la mano. Parece mentira, pero están enviando mensajes en tiempo real. Lo que hicieron fue comprar sus chips “sim card” en Punta Arenas, y ahora aprovechan que hay señal desde las bases chilenas. Aquí en el fin del mundo, un mensaje instantáneo regala la ilusión de sentirse más cerca de los seres queridos. Cómo han cambiado las cosas. Es genial, pero a la vez hay algo de romanticismo que se pierde; es eso de estar incomunicado a causa de la aventura en un sitio tan remoto.

Un pito de advertencia nos llama al puente. Antes de bajarnos a tierra, el Capitán Ricardo Molares, director científico de la expedición, quiere hacer un ensayo para probar  la roseta en el  mar. La roseta es un instrumento compuesto de varias botellas oceanográficas, montadas sobre una estructura metálica circular. Cada botella de plástico tiene una tapa en cada extremo, asegurada con cauchos y resortes que obedecen una señal electrónica por computador a través de un largo cable para cerrarse a las profundidades escogidas, de tal manera que recogen agua en distintos niveles.

Es bueno hacer el ensayo porque esta roseta se va a lanzar al agua docenas de veces en las estaciones oceanográficas que tienen previsto hacer los distintos proyectos de investigaciones a bordo. Prácticamente todos los científicos, divididos en dos turnos, estarán encargados de poner manos a la obra en alguna parte del proceso de la roseta y el nucleador, cuya función es sacar algo equivalente al corazón de una manzana, pero con 90 centímetros de fondo marino.

Colocar la plataforma de instrumentos con un marco en forma de “A” y los cables para lanzar y recuperar estos equipos oceanográficos ha sido todo un reto para los científicos, pues la estructura del buque no era modificable. Específicamente, puesto que la cubierta de vuelo está justo encima de la popa, donde van los instrumentos oceanográficos, la grúa tiene que estirarse hacia afuera y no hacia arriba. De ahí la necesidad de ensayar bien la maniobra.

Mientras tanto, la tripulación se ha ido bajando por turnos de a 12 personas en los Zodiac, que los llevan unas cuantas millas hasta la playa de Frei, ya que las condiciones no permiten entrar de cerca a los barcos grandes. Es un reto, en cualquier tipo de mar, bajar y subir por la escalerita de cabuya que cuelga por el casco, para aterrizar en el bote de caucho. Pero con toda la parafernalia de la ropa polar encima, la cosa es aún más delicada. Afortunadamente siempre hay muchos pares de manos para ayudar a todo el mundo con la maniobra que habremos de repetir varias veces.

Muchos en la tripulación no han visto la nieve nunca, y nuestros huéspedes chilenos los instan a que jueguen con ella, les dan un recorrido por las instalaciones, y los guían hasta la pequeña iglesia ortodoxa rusa en un promontorio de la base Bellingshausen. El interior de la diminuta construcción de madera es una incongruencia completa, forrada de íconos dorados del techo al piso, con aroma a incienso y su propio juego de campanas que un sacerdote insiste en tocar para nosotros.

Del otro lado de la bahía, en la estación Escudero,  donde los investigadores colombianos son recibidos por su director, el paleobiólogo Marcelo Leppe. Escudero es amplia, tiene completos laboratorios para biología y geología, un área de buceo, una de trabajos ambientales, dos amplias zonas comunes con sofás y televisores, y un comedor atendido por gente simpática.

Entre otros varios estudios que ampliaré luego, adelantan investigaciones sobre el efecto del calor en los musgos antárticos, y aplicaciones que tendrían las asombrosas formas de vida adaptadas al frío. INACH tiene más de una docena de patentes en este sentido. Colombia tiene mucho que aprenderle.

Afuera, los pingüinos de barbuquejo han hecho su aparición en un extremo de la playa. Curiosas y mansas, las pequeñas aves ponen el clavo final a un memorable primer contacto con la Antártida.

 

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Autor del Blog
Ángela Posada-Swafford* *Corresponsal de DIMAR y la Armada en la I Expedición Antártica Colombiana

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