El Capitán del ARC 20 de Julio Camilo Segovia da instrucciones sobre la “condición polar”

“¡Personal, buenos días, personal alzarriba!” Antecedida por un silbato, la voz del oficial de guardia en el puente de mando llega a través de todos los parlantes del ARC 20 de Julio cada mañana a las 7 en punto con la precisión de un reloj atómico.

 “Hoy, 04 de enero de 2015, la Unidad se encuentra navegando con rumbo 180 grados. Velocidad 12 nudos en posición Latitud 40°26’43’’, Longitud 74°02’54’’. Punto más cercano a tierra, Bahía Lamehuapí, a 20 millas náuticas por babor en marcación 090. Condiciones meteorológicas del área: estado del mar, 4. Presión barométrica, 1019 milibares. Temperatura, 14° viento por el 038, intensidad 36 nudos; humedad relativa 80 por ciento; cielo parcialmente nublado 5 octas”.

 Para entonces, ya hemos saltado de la litera al baño con destreza náutica, y seguimos escuchando.

 "Plan de eventos:

0720-0820, desayuno para el personal

10:00-10:30, verificación procedimiento pérdida de gobierno

12:13:30, almuerzo para el personal

14:00-14:30, briefing Canal Chacao

15:00, 15:30, se establece Condición Polar

15:30-16:00, ingreso al Canal Chacao

16:00-17:00, reunión operacional

17:00-17:30, barrer y despejar cubierta

18:00-19:00, cena para el personal

20:00, ronda por el Sr. Segundo Comandante

 

Personal, buenos días; personal ¡alzarriba!”

 

Tan pronto terminan estas palabras, comienza la música: cuatro canciones a gusto del guardia de turno, que van desde vallenatos hasta salsa, champeta y todos los ritmos del Caribe. Para cuando acaba la música, si uno no está bañado y listo, se queda sin desayuno –cosa que en mi cabina sucede con frecuencia, y es cuando uno echa mano del mercado que ha ido comprando en los puertos y que guarda en la neverita del camarote. Porque insisto, el mío, para ser un buque de guerra, es cinco estrellas.

Un buque en navegación es un sitio lleno de actividades. Las mañanas se van en logística. A veces tenemos –o dictamos- charlas. Los investigadores a bordo dictan conferencias sobre lo que van a hacer en la Antártida; desde observación de cetáceos y toma de muestras de plancton, hasta batimetría, dinámica de las corrientes, y auscultar los signos vitales de cualquier cuerpo de agua: salinidad, densidad y temperatura.

Casi todos los días varios de nosotros tratamos de hacer algo de ejercicio. La excusa perfecta para usar el treadmill y la bicicleta del gimnasio de a bordo es matricularse como conejillo de Indias del Dr. Juan Castro, del Centro de Medicina Aeroespacial de la Fuerza Aérea. Ya le dedicaré al risueño Dr. Castro un blog sobre su investigación. Pero la idea es hacer 30 minutos de ejercicio controlado, en un pequeño rincón en lo alto del hangar donde descansa el helicóptero. Es una sensación algo surrealista, agarrarse a los manubrios de la cicla estática mientras las olas lo sacuden a uno de un lado al otro. No puedo dejar de pensar en los astronautas que hacen lo mismo en la Estación Espacial Internacional, donde en lugar de sentir la hipergravedad causada por las olas, sienten su total ausencia.

Comidas y zafarranchos

Las comidas suceden en varios puntos simultáneamente. El Rancho, para la marinería general, la Cámara de Jefes, para los suboficiales, y la Cámara de Oficiales, arriba, frente a los camarotes del Capitán, el Segundo Comandante y los Jefes de Departamento. Normalmente la gente come donde le toca. Yo tengo acceso a los tres comedores para poder estar en contacto con la tripulación. Los investigadores comen arriba, y también los pilotos del helicóptero. La comida es bastante buena, y ya les dedicaré una nota aparte al chef y su personal de cocina.

Las cámaras de oficiales y el rancho son acogedores, con paneles de madera clara y cuadros de vivos colores, o cartas de navegación. En cada una hay una TV de pantalla plana que constantemente pasa películas en un sistema de circuito cerrado a bordo, o noticias y programas de canales que el sistema de satélite va recogiendo, como Caracol Internacional, Discovery Channel, NatGeo, fútbol y otros. Dependiendo de dónde uno esté navegando en el momento, la transmisión es perfecta o llena de nieve, pero la selección de cientos de películas a bordo es perfecta para los días en que nadie quiere salir de su camarote.

Por las tardes hay ejercicios de toda clase. Hoy, por ejemplo, establecimos la “condición polar”, que para la marinería significa prepararse para cosas que en aguas polares (llenas de témpanos) son más delicadas aun, como pérdida de gobierno y de girocompás. Todo aquí tiene plan B, C y D. Cuando el timón no obedece en piloto automático o hace caso omiso a lo que el timonel haga, hay manera de gobernarlo con una diminuta palanca joystick –es interesante cómo entre más moderno es el buque más pequeño se va poniendo el timón, gracias a la electrónica. En el ARC 20 de Julio, es del tamaño de un plato tortero.

Cuando falla incluso el joystick, se recurre a operar manualmente las dos palas del timón, una maniobra que requiere a varios marineros metidos dentro de cada uno de los estrechos espacios del servomotor, en constante comunicación con el puente de mando, activando las bombas de aceite hidráulico manualmente.

Por otro lado, cuando falla el girocompás, se desconecta y se calibran los instrumentos siguiendo el polo magnético.

Hace unos días tuvimos zafarrancho de abandono, de inundación y de incendios. Esos se repiten sorpresivamente una y otra vez, pues la repetición es la que tatúa en el cerebro la respuesta automática ante una emergencia. No hay tiempo de pensar, solo de reaccionar. Sabiendo dónde está la balsa salvavidas que le corresponde a uno, y teniendo listo el morral con lo necesario para abandonar el buque, es solo cuestión de tomarlo y salir corriendo. Ya me he rajado dos veces por olvidar cosas tan obvias como el chaleco salvavidas y crema solar. ¿Habrase visto? Hay que prestar atención a los parlantes y tener la cabeza enfocada.

Cuando me queda un respiro de tiempo entre escribir, tomar fotos y hacer entrevistas, mi actividad favorita es subir al sofisticado puente de mando para ver las operaciones de navegación. Podrá parecer de rutina, pero en el mar siempre hay cosas nuevas, situaciones impredecibles, lecciones qué aprender; y lo aprendido, hay que afinarlo y perfeccionarlo.

Aquí arriba me gusta ver el cabeceo del buque sobre las olas; es quizás la actividad más hipnotizante que existe. Los ojos se van y la mente se desconecta –a menos que esté uno al control del timón. Justamente, es muy sensible el timón de nuestro buque. Se siente como llevar de la brida a un purasangre árabe. No hay que tratarlo con dureza, ya que responde al menor toque, y un brusco jalón de las riendas le haría perder el curso. Uno tiene los ojos puestos constantemente sobre la brújula, y obedece las instrucciones de tantos grados a babor o tantos a estribor, dejando descansar el timón sobre una muesca en la marcación 0, para darle tiempo al buque a enderezar el rumbo. Por unos minutos, en mares calmos, puedo entender de lo se trata. Nunca sobra la lección.

Ayer las olas cubrían la proa casi por completo, y el atardecer las coloreó de rosado. Uno no se quiere ir de allí, pero entonces, a las 4 de la tarde un silbato anuncia que está abierta la Cantina, es decir la tienda. Y como niños en el recreo, los marinos se agolpan a comprar galletas, gaseosa y papas. La Cantina y los baños quedan cerca de mi cabina, y me sonrío para mí misma cuando escucho las bromas, y el tarareo de vallenatos.

Aquí la gente es alegre. Pero también hay nostalgias por la familia y la tierra, y hay nuevas amistades, como nuevos amaneceres. Con todo y su peluquería (hay dos marinos que cortan el pelo) y lavandería (cada uno se lava su ropa una vez por semana), esta es una ciudadela, un  microcosmos de Colombia en los mares del sur.

Las seis de la tarde se reciben a diario con la Plegaria del Marino, inmediatamente seguida del anuncio “se establece Condición Yanquee en la unidad”, con lo cual uno procede a cerrar la tapa metálica del ojo de buey de su camarote. Yanquee, X-Ray y Zulu son descripciones de la hermeticidad del buque, desde afuera hacia adentro. La idea es prevenir que entre agua en caso por ejemplo de una fractura del cristal de la ventana mientras uno duerme.

A menos que se esté de guardia, la gente en altamar tiende a acostarse temprano. Poco apoco uno se va acostumbrando a cerrar la cortinilla de su litera y chulear un día más a bordo de la flotante casa, siempre con la mente puesta en el blanco antártico.

Autor del Blog
Ángela Posada-Swafford* *Corresponsal de DIMAR y la Armada en la I Expedición Antártica Colombiana

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